Llamáme Alfredo
08/06/2011   Lecturas: 6.883

Catilina

Si no fuera por el grado de conocimiento que voy teniendo del PSOE y de la decepción profunda que me ha ido causando -cada vez mayor a lo largo de los años- todavía me extrañaría escuchar a Rubalcaba pedirnos que le llamemos Alfredo.

Rubalcaba, que se estrenó en política engañando a los universitarios de la famosa huelga de las atribuciones, a mayor gloria de aquel Felipe González que entonces era solamente Felipe, pretende ahora hacer lo mismo con los indignados, a mayor gloria de Zapatero y de sí mismo. Rubalcaba, ya digo, ha sido el más fiel aliado del infausto Zetapé durante todos estos años de leninismo indisimulado en que el líder visionario no ha escuchado más voz contraria que la de Joaquín Leguina.

A buen seguro Rubalcaba acabará, si los votantes no lo hacen Presidente, como el peor ministro de Interior de la historia de España. Menuda carrera política arrastra este inútil sin precedentes. Se ha tirado años en la oscuridad mangoneando con terroristas mientras andan libres por ahí quienes robaron más de dos toneladas de cocaína ¡en una comisaría! de Sevilla; y es que con él la inseguridad nacional ha aumentado alarmantemente; no ha acabado con banda alguna de las que asaltan domicilios y machacan a sus ocupantes; es que nunca se han dado tantas víctimas de violencia doméstica como en su mandato; es que ha toreado sistemáticamente a los padres de víctimas de menores asesinos (Marta del Castillo, Sandra Palo o Mari Luz Cortés). Rubalcaba dice no ser partidario de actuar en caliente, sin duda prefiere la fría lividez del cadáver y luego... El muerto al hoyo y el asesino a la calle en tiempo récord.

Lo que se le da bien a Rubalcaba, asistido por sus amigotes de Prisa, es detener concejales de la oposición y exponerlos esposados al público -y al Público- ludibrio. Para eso, Rubalcaba se las pinta. Lo que se le da bien a Rubalcaba es premiar y alzar a las máximas jerarquías policiales a los soguillas que han ejecutado sus órdenes más siniestras -las que no se escriben- antes que a los buenos profesionales. Obedientes antes que competentes es su divisa.

Con ese currículo se presenta Rubalcaba, que no quiere ser el señor Pérez –como le llamarían la extrema y la ultra izquierda si fuera del PP- sino solamente Alfredo, que es nombre de tanguero: Ché, llamáme Alfredo. Clarividente, Gabriel Albiac encuentra en ello rasgos de un fascismo muy característico del PSOE: el apellido es cosa administrativa, abstracta, así que al líder fascista/socialista hay que dirigirse por el nombre, como uno se dirige al padre... La Unidad de Análisis de Conducta del FBI, en la serie Mentes Criminales, aconseja a los familiares de la niña secuestrada pronuncie muchas veces el nombre de su hija para que el criminal no la cosifique y sienta compasión por ella.

Pues de eso se trata, de que el votante español se compadezca del señor Pérez y, al oír Alfredo, se diga ¡Ah, si es el tito Alfredo, esta especie de tío en la sombra de todos los españoles que vuelve por Navidad con una barra de turrón El Lobo bajo el brazo a canturrearnos al oído No me llames Dolores llámame Lola / La que siempre va sola por Barcelona /Buscando Follón.